México 68, más allá del deporte: medio siglo de desesperanza

+Poco ha cambiado, 50 años después, social y deportivamente hablando

+Editorial del diario La Jornada sobre el autoritarismo institucional que pervive a la fecha

 

Ciudad de México, 14 de octubre (BALÓN CUADRADO).– Pocos diarios mexicanos suelen abordar temas deportivos en su página editorial. El periódico La Jornada, considerado de izquierda, publicó hoy una significativa postura con motivo del comienzo de los 50 años de los juegos olímpicos de 1968, que se convirtieron en parteaguas del mundo, que se decantó en una actividad atlética/cultural.

Que dio paso, resume el diario, a “inconmensurables transformaciones en todos los órdenes de la vida, pública y privada.”

Para poner en contexto, a lo largo de su historia en participaciones olímpicas, México ha conquistado 70 preseas, mientras que Cuba, país con 11 millones 500 mil habitantes –casi 10 veces menos — y que padece un bloqueo económico por parte de Estados Unidos desde 1961, ha obtenido el triple: 220. Amén de que es el país como el mayor índice de obesidad en el mundo.

Y de acuerdo con analistas económicos, de 1988 a la fecha, el peso se ha devaluado en más de 100 mil por ciento.

Titulado México 68, más allá del deporte, expone el periódico:

Ayer se cumplieron 50 años de la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1968. Incluso tras el tiempo transcurrido, la justa realizada en México sigue siendo un referente en la historia del olimpismo moderno: fue aquí donde por primera vez una mujer –la atleta Enriqueta Basilio– encendió el pebetero olímpico, fueron los primeros realizados en un país de habla hispana, así como los primeros organizados por una nación que no pertenecía al entonces denominado primer mundo –lo que hoy llamaríamos naciones desarrolladas–.

Era el auge de la candente Guerra Fría, la Doctrina Monroe –América para los americanos—y el oximorónico Desarrollo Estabilizador mexicano.

También, agrega, fueron los primeros juegos televisados en vivo, primeros que contaron con sistemas de medición electrónica, entre otros hitos, como récords deportivos que medio siglo después permanecen imbatidos.

Pero está claro, analiza, que el significado de ese evento rebasa por completo al ámbito deportivo, pues los acontecimientos que se sucedieron antes, durante y después de la justa sembraron nuevas maneras de entender la relación entre el poder y los ciudadanos que, años o incluso décadas después, darían paso a inconmensurables transformaciones en todos los órdenes de la vida pública y privada.

En primer lugar, 1968 fue la consagración de la juventud –quizá, de manera más precisa, del estudiantado– como actor político; que entonces consolidó su identidad colectiva para nunca más permitir el desdén de los gobernantes hacia sus inquietudes y exigencias.

Hasta la fecha pesa, losa mormórea, aquél 12 de octubre, brillante sombra, la matanza de Tlatelolco, ocurrida 10 días antes. Dejó entre 30 y 40 muertos, según versión oficial. Aunque, extraoficialmente, se habla que dejó una estela de alrededor de ocho mil.

Aún tiene un tufillo de aquella sangre derramada el aire contaminado de la Ciudad de México.

Incluso radio UNAM –Universidad Nacional Autónoma de México– tiene una grabación musicalizada de más de cinco horas, con los nombres y apellidos de los asesinados y desaparecidos.

Entonces, padecía urticaria la insensible piel paquidérmica del imperialismo yanqui. Provocaba escozor la palabra socialismo. Más a raíz del triunfo, 1959, de la Revolución Cubana. Ocurrió durante dos décadas, de los años 60s a los 70s. Por eso apoyó, con armas y dinero, las dictaduras en el Cono Sur, que dejaron miles de muertos y desaparecidos. Sólo en Argentina fueron alrededor de 30 mil.

 

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Los rumores, alentados por la industria mediática, a través de la CIA, según versiones periodísticas, eran que se pretendía instaurar el comunismo en México, patio trasero de Estados Unidos.

“En cuanto a otro colectivo que hoy ocupa un lugar protagónico en la pugna por transformaciones sociales progresistas”, añade el diario, la participación de Enriqueta Basilio reflejó la lucha por los derechos de la mujer que caracterizó a esa década; mientras los escasos espacios abiertos a las deportistas, apenas 14 por ciento del total de competidores, ofrecieron un chocante contraste y un recordatorio de todo el camino por recorrer en materia de equidad de género.

Los Juegos Olímpicos celebrados en México significaron también la internacionalización de uno de los conflictos nodales que atravesaban, y atraviesan, a Estados Unidos, puntualiza La Jornada.

Recuerda el gesto de protesta de los atletas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos, quienes levantaron en alto un puño enfundado en un guante negro tras ganar oro y bronce, respectivamente, en la carrera de los 200 metros planos, “puso ante los ojos del mundo la lucha por los derechos civiles, la plena igualdad y el fin de la discriminación hacia esa minoría.”

Reflexiona:

“El intento de censura y el boicot contra las carreras de los deportistas en su propio país hizo patente la urgencia de plantar cara al racismo patológico de esa sociedad.”

En el país organizador, la matanza ordenada por las autoridades civiles y perpetrada por el –llaman en redes sociales—“heroico Ejército Mexicano asesino.”

Su objetivo de poner fin a las protestas estudiantiles que generó una fisura irreparable en las relaciones entre sociedad y gobierno al evidenciar tanto la incapacidad de este último para procesar la disidencia dentro de cauces institucionales como su disposición a desplegar los mecanismos “más brutales para atajar los reclamos democráticos”, opina la publicación.

A la larga, este quiebre haría insostenible el régimen de partido casi único –PRI–, creado por los herederos de la Revolución Mexicana.

En suma, concluye, al poner a México en el centro de las miradas mundiales, los Juegos Olímpicos hicieron de nuestro país el medio de una señal de que las cosas iban a cambiar, un mensaje cuyas reverberaciones se sienten todavía dentro y fuera de las fronteras mexicanas.

Los cambios que se avecinan, con un supuesto gobierno de izquierda, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, serán cambios para seguir igual.

O peor.

Nada augura lo contrario.

AMLO también se subirá al caballo del neoliberalismo. Lo confirma su galopante discurso –”amor y paz”– dedicado a Donald Trump, presidente de Estados Unidos, recalcitrante  neofascista con la bendición de dios.

Pobre pueblo.

Pobre deporte.

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