Tres “muertes” de un futbolista

Tres “muertes” de un futbolista

 

 Balón Cuadrado

 

 Por Stephen Crane

 

Fue un dios del balón, que mutó en demonio. Atenazado por la orgía de la sinrazón.

El pasado 10 de octubre diario español, El País, comenzó narró en una lacónica nota el caso del ex jugador en retiro , Ómar Bravo, 45 años de edad, -acusado de abuso sexual contra una menor y que podría tener más denuncias que lo convertirían en depredador -. Fue goleador histórico del club Guadalajara. Y un referente del malhadado Tri. En su momento, incluso, militó en el futbol español.

Describe, el periódico: 

“Un futbolista muere dos veces: cuando se retira y muere después cuando Dios toma la decisión de llevarlo“, dijo alguna vez Sebastián Abreu, exfutbolista uruguayo.

Ahora, agrega la publicación, se puede sumar una tercera muerte: cuando la historia de un jugador se mancha por un escándalo o un delito. 

En su caso ha enturbiado lo que era un legado de un futbolista que, al menos en lo deportivo, era visto como un referente. Por eso ha levantado purulenta ámpula en la prensa nacional e internacional.

El abuso sexual o la violación es otra forma de asesinato: matar en vida. Vivimos en una sociedad anestesiada por la droga de la insensibilidad: el dolor ajeno como algo cotidiano.

Además de ser el máximo goleador de uno de los equipos más populares de su país como Chivas, anotador en una Copa del Mundo, miembro del Salón de la Fama del futbol y embajador del próximo Mundial de 2026.

Ha sido vinculado a proceso por haber abusado sexualmente de una menor de edad. La víctima, su hijastra, reunió videos y fotografías que documentan los abusos y las amenazas que sufrió entre los 11 y los 17 años, cuando el jugador estaba en el ocaso de su carrera, según versiones de prensa.

El doloroso infierno que debió de pasar la joven para elevar la denuncia a los tribunales contra un ídolo del balón. Una de tantas pesadillas interminables que nos asfixian como sociedad, en un océano de inseguridad, agudizada desde los entrañablemente mortales abrazos, no balazos.

Sabía que algún día lo denunciaría. Por eso guardó las pruebas, como quien esconde un demonio bajo siete llaves dentro del clóset. Cuánto dolor, impotencia, rabia, deben acorazar su sentimiento de orfandad.

 En casos así, la venganza no es dulce: sabe amarga.

 Cuando hay una violacion o abuso sexual, el ser humano se reduce a su mínima expresión, víctima y victimario: nada. 

El caso de Omar Bravo, recluido en el penal de Puente Grande, Jalisco –mirado desde la sociología del deporte, va más allá de un descorazonador drama personal. Es una historia de podredumbre humana que también es social. Característica de un pueblo inculto, insensible, cavernario, cero empático.

Donde permanentemente se coloca a la mujer en la piedra de los sacrificios para sacarles el corazón con el filoso cuchillo de obsidiana del machismo: abusadas, violadas, asesinadas

Historia infernal, fantasmagórica, desoladora.

Pellizca el corazón.

Futbol mexicano irremediablemente pútrido, espejo de un país alcantarillado, oscuro: brillante su negra luz. Tenebrosa entraña. El futbol un inhumano negocio, acéfalo de sentimientos. Los jugadores son mercancía, no personas. No se percatan los zares del balón, que crean engendros dentro y fuera de las canchas.

Existe una descorazonadora estadística de la ONU sobre violacion y abuso sexual en México que indigna, detona rabia. Y obedece a múltiples factores, familiares, sociales y ausencia, vacío de políticas gubernamentales. Sobre todo, como nunca antes se había visto, con la llegada de Morena, partido en el poder, aquel infausto 1 de diciembre de 2018.

De acuerdo con una nota de la UNICEF de noviembre de 2019, 19.2 millones de mujeres en México fueron sometidas en un momento de su vida a algún tipo de intimidación, hostigamiento, acoso o abuso sexual. En 2018, 40 mil 303 mujeres en México sufrieron una violación sexual.

Aproximadamente 32.8% de las adolescentes de entre 15 y 17 años ha sufrido alguna forma de violencia sexual en el ámbito comunitario.

 Lo único que se sabe de su infancia es que Bravo se crió en Los Mochis, Sinaloa. Lejos de ser futbolista, él quería emular al beisbolista Fernando Valenzuela en el beisbol o al boxeador Julio César Chávez.

Jugaba al futbol por mero gusto hasta que su talento atrajo a reclutadores, entre ellos los de las Chivas.

“Llegué prácticamente como un jugador silvestre porque no tuve esa academia o experiencia que otros tenían”, contó.

Militó en nueve clubes:  Guadalajara -debutó en 2001-, La Coruña de España, Tigres UANL, Cruz Azul, Atlas, C y -terminó en 2020- con Leones Negros de la UdeG. Y en tres equipos de la MLS:  Kansas City, Carolina RailHawks, Phoenix Rising.

Similar a Bravo, otro ex futbolista que ha driblado la cárcel es Cuauhtémoc Blanco Bravo, ex gobernador de Morelos, uno de los máximos ídolos en la historia del balompié mexicano

Sometió y acosó durante cuatro minutos a su media hermana, Nidia Fabiola, según consta en la denuncia por intento de violación que la mujer interpuso ante la Fiscalía de Morelos contra el político y ex jugador y de la que algunos medios de información como el diario El País, tiene una copia.

El Camellito, sin rubor alguno, ha driblado la justicia porque tiene el acerado manto de impunidad de la llamada Cuarta Transformación.  

El relato de la noche de terror de Nidia Fabiola, su hermanastra, es el sustento con el que la Fiscalía pidió al Congreso federal anular la inmunidad que ahora protege a Blanco como diputado y le impide afrontar a la justicia como cualquier ciudadano.

Morena, con la ayuda del PRI y el Partido Verde, desechó la petición de desafuero por supuestas fallas técnicas en la investigación de lo que denunció la hermanastra del político.

Hay otros dos casos más de futbolistas, activos y en retiro, relacionados con violación y abuso sexual.

El primero es el de Dani Alves. El brasileño, exjugador de los Pumas, ícono del futbol mundial -quien llegó a tener más trofeos que Lionel Messi- fue condenado en Barcelona por agresión sexual.

Su caso trascendió fronteras y exhibió que la fama no exime de la justicia.

Estuvo un año preso y luego salió libre, luego  de que la sección de apelaciones del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña revocara por unanimidad la sentencia que condenó al ex futbolista del Barcelona. 

El segundo es de Jesús “Cabrito” Arellano. En 2019, el exjugador de Rayados fue acusado por su sobrina de abuso sexual. Pasó algunos días en el penal de Topo Chico, pero fue declarado inocente por falta de pruebas. Pese a la absolución, su reputación se derrumbó, y jamás volvió a tener la misma presencia pública.

Descendieron del cielo de aplausos, fama, mujeres y dinero, a una fría mazmorra por culpa de un arrebato carnal. Aunque hayan sido exonerados por la invidente ley.

En contraste, aunque sea un caso extradeportivo, luego que fue denunciado por violación en redes sociales, el músico y roquero Armando Vega Gil, acorazado por demonios que nunca pudo exorcizar, decidió suicidarse. Era el bajista del afamado grupo de rock mexicano Botellita de Jerez.

Tal vez, quitarse la vida es el mayor acto de sinsentido.

Significativo cómo las redes sociales -la ciberdictadura perfecta de la sinrazón-, si pretenderlo, se han convertido en un monstruoso juez y verdugo.

Los esclavos del balón, a veces sufren una aguda soberbia que acaba convirtiéndose en mortaja. Seres abyectos que se creen superiores al resto de los mortales por el simple hecho de saber pegarle a una pelotita.   

Escribe el doctor Geoffrey Recoder en su portal El juego que no cansa, titulado: El pésimo futbol soccer mexicano sobre la forma troglodita con que históricamente los dueños del balón manejan este deporte, con el pretexto de las recientes derrotas de los súper Ratoncitos Verdes: la goleada 0-4 ante Colombia, en un partido amistoso,  y la eliminación de la Selección Sub 20 por parte de Argentina en el mundial de la especialidad:  

«En El Kibalion, atribuido a Hermes Trismegisto, se enuncia una de las verdades más incómodas aplicables al fútbol mexicano: “Así como es arriba, es abajo; así como es abajo, es arriba”.

Argumenta:

“El futbol mexicano necesita una reconstrucción ética, científica y pedagógica. Un modelo que priorice educación, formación integral y transparencia antes que el resultado inmediato, que devuelva centralidad al entrenador, al cuerpo multidisciplinario y al futbolista que nace en el barrio. De lo contrario, seguiremos repitiendo el ciclo de siempre: un país que espera grandeza mientras cultiva mediocridad.”

En este escenario estarían dos factores esenciales para dar un giro de 180 grados al patético futbol nacional: ética y la medicina deportiva, donde una de las  prioridades debe ser la salud mental del futbolista; un profundo trabajo psicológico/psicoanalítico.

Y que coadyuvará a inhibir que haya casos como los de Omar Bravo y Cuauhtémoc Blanco, Dani Alvez y Jesús Arellano, más allá de que los últimos tres hayan librado la cárcel.

Cuando sea así, los zares del balón crearán menos Monstruos de Frankenstein. 

Porque, en las canchas y con el balón a sus pies, hay riesgo de que sigan forjando resentidos sociales y potenciales delincuentes.

¿Cómo?

Creando valores identitarios, siendo empáticos con ellos, no sólo dándoles trato de “esclavos” del balón, como acusó alguna vez Hugo Sánchez. 

En una palabra: educándolos. 

No sólo verlos como una carnosa mina de oro. 

Quizá y sólo quizá, entonces, también, el balompié nacional deje de bucear en la fosa séptica de la pestífera mediocridad.

Lo que es arriba es abajo.

Costosos, delirantes, arrebatos carnales.

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