Cuando el periodismo es arte, porque nace del dolor
+Memorable ceremonia de la séptima generación del Salón del Periodista Deportivo
+Palabras bermejas de Jorge Bermejo, presidente de ese recinto, en el anuncio de su adiós, porque salen del corazón
+Como pocas veces, en 10 años, de estas ceremonias hubo aplausos de pie
+Orgullosamente indígena náhuatl, primera reportera de provincia, en formar parte del Salón de cronistas
+Venció misoginia y machismo laboral
Jesús Yáñez Orozco
Ciudad de México, 13 de julio (BALÓN CUADRADO).– Estruendoso rugir de motores de la multicolor sierpe metálica sepulta el coro de pájaros que se posan sobre palmeras y copas de los árboles de verde irremediable. Semejan un lienzo fugaz, colgado del cielo, que ya casi no se ve en la ciudad de México, una de las más pobladas del mundo. Es la sede de la Confederación Deportiva Mexicana sobre Avenida Churubusco, una de las principales arterias del deshumanizado monstruo de cemento y hormigón.
El sol, oblea roja en el zenit del mediodía, cae a plomo sobre la maternal urbe que mata y da vida. Y que alguna vez se llamó la región más transparente del aire. Hace cuatro décadas, debido a la contaminación, es veneno puro. Cicuta que todos sus habitantes beben gozosos.
Huyendo de sus letales rayos, unas 200 personas se dan cita en el auditorio José García Cervantes de la Codeme para celebrar el ingreso de 10 reporteros al Salón del Periodista Deportivo, fundado en 2014. Y que ya llegó a 194 miembros –de los cuales 18 son mujeres–.
Entre ellos, están los más destacados de mediados del siglo pasado y lo que va del actual. Algunos de ellos actuaron, con sus crónicas, en películas de la época de oro del cine nacional. Como Pedro El Mago Septién Orozco, quien actuó en una decena de filmes. Narra, por ejemplo, las feroces, asesinas, batallas sobre el ring de Pedro Infante encarnando a Pepe El Toro, encadenado a su eterna pobreza, como un acto heroico de vida.
Acto que eclipsa la presencia y apasionado discurso, prosa entrañable, a nombre de los homenajeados, de una mujer indígena –de la zona náhuatl de Colima–, la primera fémina de provincia, cuya foto se suma a los muros del Salón, que ilumina, con un intenso brillo, los rostros de los presentes: Karla Gómez Torres.
Abrazos, camaradería, risas, albures, anécdotas –antes, durante y después–, hacen entrañable los casi 120 minutos minutos que dura el acto. Hay servicio del aromático café, aguas y galletas en el lobby del inmueble. Su olor subyuga.
Y que contrasta con las expresiones de angustia y nerviosismo de los organizadores, en su afán de que todo esté en orden y nada se salga de control. Porque hoy, debido a que tiene problemas de salud, no hace la labor de coordinar los trabajos, Juan Manuel Damián, pilar del Salón.
La ceremonia comienza poco después de las 12 horas. Toman la palabra Francisco Cabezas, presidente de la Codeme, anfitrión y padrino de la séptima generación. Sus entrañables palabras de bienvenida son un fugaz suspiro.
Sigue Jorge Bermejo, presidente del Salón, quien anuncia que deja el cargo, y que detona una metralla de aplausos de pie –que dura casi un minuto– y que estalla en las blancas paredes y techo del auditorio –una especie de albo cielo–, tachonadas de imágenes alusivas al deporte y sus nueve décadas de fundación que se cumplirán el próximo 22 de julio.
Bermejo, 93 años de edad, casi una década en el cargo, está convencido de que el periodismo es “arte”. Porque nace del dolor, propio y ajeno.
No lo dice, pero algo similar ocurre con los artistas plásticos, músicos, literatos. Quizá Van Gogh sea uno de los más representativos.
Tras dar la bienvenida a sus colegas, así comienza el sentido discurso de su adiós, a punto de la lágrima, voz entrecortada, el decano de los periodistas nacionales:
“Atenazado de emoción, hablo acorazado de mis últimas palabras que siento bermejas –por el deber cumplido durante casi una década como presidente del Salón del Periodista Deportivo—… porque salen del corazón”.
Dos invitados especiales pusieron el dedo en la llaga en el cuerpo putrefacto del deporte oficial a cargo del sudario que encarna Ana Guevara, medallista olímpica –que ha mandado a atletas a vender calzones, tupperware y Avon—, aunque sin mencionar a la titular de Conade –quien además ha dicho que le “vale madre” qué digan de ella–:
Ricardo Velázquez Meza, senador de Baja California por Morena, y Mauricio Sulaimán Saldívar, presidente del Consejo Mundial de Boxeo.
Velázquez culpa del deterioro social a las llamadas redes sociales. Porque, argumenta, los padres han delegado la educación a lo que llegó a llamarse la «súper carretera de la información» o las «benditas redes sociales». Donde la educación física está prácticamente sepultada.
“No somos la sociedad mexicana que éramos”, lamenta el senador, quien impulsa las iniciativas del Premio Nacional del Periodismo Deportivo y la oficialización del 22 de febrero como Día del Periodista Deportivo.
Está convencido que el deporte es “lo más visto” en la sociedad mexicana. Debido a que concita la convivencia familiar frente al televisor o los estadios.
El deporte, insiste, sirve para “recuperar a la familia”.
Y porque, remata, “no se puede entender el bien de México sin el Deporte”
Sulaimán, por su parte, censura que “muchas veces no se pone atención al deporte desde el gobierno”.
Y elogia la aciaga labor de los periodistas:
“Son héroes anónimos. Porque sacrifican sus vidas, sábados y domingos”, para llevar crónicas, entrevistas y reportajes a los aficionados.
También intervinieron Daniel Aceves, titular de la Asociación de Medallistas Olímpicos; Evencio Flores, presidente de la Federación Mexicana de Cronistas Deportivos y su presidente vitalicio, José Santoyo.
Ameniza la conducción, como casi siempre, en un acto solidario, Fernando Schwartz. Prodigiosa memoria, agilidad mental y una pátina de humor, a veces ácido.
Nombra a cada premiado, con voz educada desde en látigo del micrófono, después de casi 50 en televisión, radio, y prensa escrita, y quien, en su lejana infancia, participó en el célebre programa televisivo El Premio de los 64 Mil Pesos:
Karla Gómez Torres, periodista indígena de la Asociación de Colima; Ulises Bravo Flores, fotógrafo; Enrique Bermúdez de la Serna, periodista; Pedro Soto Luna, camarógrafo; Francisco Posada Toledo, periodista; Anselmo Alonso Alarcón, periodista; Ángel Parra Martínez, periodista; Alberto Fabris del Toro, periodista; Antonio Velázquez Zárate, periodista de la Asociación de Sinaloa; Hugo Vela Rivera, periodista de la Asociación de Sonora.
El célebre “Perro”, envía un video con emotivas palabras de agradecimiento. No pudo asistir debido a que realiza la cobertura de la Copa Oro en Estados Unidos.
Gómez Torres, la periodista indígena, habla a nombre de todos ellos. Viste blazer y pantalón negros a rayas, blusa en tonos verdes. De sus orejas penden grandes aretes y en su cuello cuelga un collar color hoja primaveral, ambos artesanales. Una expresión adusta estalla en su rostro moreno. Su sonrisa es amablemente amorosa. No hay afeites en su cara. Tiene pelo negro, largo, ensortijado. Río embravecido que corre por su espalda.
Lleva 32 años de trayectoria en la crónica colimense para prensa escrita, radio, televisión y actualmente en redes sociales
Con voz firme, cálida, dice sentirse honrada de haber llegado a la meta más alta en el periodismo. Porque, está convencida, los cronistas son la esencia de la historia mexicana del deporte. Y que gracias a ellos se conocen triunfos y derrotas, apoyando a los deportistas para salir adelante.
«Hoy me siento orgullosa en entronizar en la sala de los inmortales, en los que ya no se borran jamás, y más en este grupo de pléyades. Agradezco a la Federación Mexicana de Cronistas Deportivos que si bien no estuve en su nacimiento — febrero de 1992–, si soy parte de su crecimiento, pero hoy esto que me han designado señores!!, no lo tiene cualquiera.
Y aclara:
“No, no lo tengo por fundadora. Lo tengo por trabajadora, lo tengo por mi pasión y entrega que dedique al deporte de mi Colima».
Critica la misoginia y machismo que vivió:
«Que fue difícil, sí, y mucho, en un mundo de hombres que, si bien algunos me dieron palmaditas y compartieron conocimiento, y otros ni las migajas quisieron –darle–. Pero hoy agradezco está distinción de este grupo de hombres que admiro que se impusieron a la misoginia».
La oblea roja comienza a declinar, cansada, en el firmamento, cuando los asistentes abandonan la sede de la Codeme.
Ocurre antes de las cuatro de la tarde, después de una opípara comida –paella, camarones gigantes, con un aderezo de salsa blanca, y cocteleros a la mexicana, chamorro, carnitas, pasta en salsa roja, vino tinto y agua de Jamaica.
Y sigue interminable la contaminante sierpe metálica sobre la avenida Río Churubusco.