Hermanados, árbitros de futbol y jueces
Ahora, imagina que un día alguien propone cambiar todo este sistema. Ya no se necesitarían años de formación ni exámenes.
Al principio, podría sonar bien.
Después de todo, ¿quién mejor para elegir a los árbitros que los propios aficionados, aquellos que viven el futbol día a día?
Pero aquí viene el problema: los dueños de los equipos (en este caso, los partidos políticos) empezarían a influir en los aficionados para que voten por árbitros que les convengan.
Esto pondría en peligro la justicia en el futbol, ya que los árbitros no serían imparciales.
Pero no solo eso.
También el comercio informal y los revendedores de boletos (la delincuencia organizada) podrían meter las manos en el proceso. Si un grupo con intereses oscuros logra que un árbitro controlado por ellos sea elegido, los partidos podrían estar a su favor, lo que destruiría la esencia del Fair Play.
Y lo más preocupante: los aficionados, que pueden tener pasión pero no siempre el conocimiento técnico del arbitraje, decidirían quiénes serán los jueces en los partidos más importantes.
Esto sería como pedir a los espectadores de un partido que elijan al árbitro sin conocer si realmente está capacitado para el trabajo.
Al final, ¿qué sucedería?
Los partidos serían injustos, los jugadores perderían confianza en las decisiones, y el futbol, que debe ser un deporte con Fair Play y competitivo, se vería afectado por intereses externos.
En el sistema judicial pasa algo muy similar.
Los jueces son como los árbitros en la sociedad: son los encargados de asegurarse de que se respeten las reglas, de garantizar que la justicia sea imparcial y que nadie haga trampa en el «juego» de la vida. Si los jueces empiezan a ser elegidos por influencias políticas, crimen organizado o por personas sin el conocimiento técnico adecuado, el sistema de justicia perdería su integridad.