Polarización y debate como método de gobierno
No son pocas las polémicas que se generan por las declaraciones del presidente López Obrador. Las decisiones que toma, la manera en que argumenta —como ha sido el caso de la prórroga al ministro Zaldívar— provoca debates. Y es que más que gobernar, el mandatario ha generado más discusiones que consensos, en algo que demuestra que más que gobernar, lo que busca es debatir con quien esté al alcance, generando polarización al por mayor.
En Otro Canal
Armando Reyes Vigueras
No son pocas las polémicas que se generan por las declaraciones del presidente López Obrador. Las decisiones que toma, la manera en que argumenta —como ha sido el caso de la prórroga al ministro Zaldívar— provoca debates. Y es que más que gobernar, el mandatario ha generado más discusiones que consensos, en algo que demuestra que más que gobernar, lo que busca es debatir con quien esté al alcance, generando polarización al por mayor.
La polémica como forma de gobierno
Desde su llegada al poder, en 2018, López Obrador y su grupo se han comportado más como un grupo de provocadores que de servidores públicos.
Las polémicas y los debates se han dado a lo largo de los meses que llevamos del sexenio, pero no así los actos de gobierno, pues los pocos que se han dado quedan opacados por los dimes y diretes por la gran cantidad de temas controvertidos que surgen desde la propia presidencia.
Una gran parte de las decisiones del ejecutivo federal están envueltas en polémica, pero porque así se han diseñado ya que ayudan a la narrativa de que se trata del presidente más atacado desde Madero y de que no lo dejan gobernar los conservadores.
Eso, también, ayuda a que su popularidad no descienda, por esa tendencia del mexicano a simpatizar con las víctimas.
Adicionalmente, esconde los reales y urgentes problemas que tenemos como país, de los cuales pocos hablan, pues quienes se dicen opositores se suben alegremente al ring para entrar en estas polémicas sin fin.
Así, mientras discutimos acerca de si España y el Papa deben pedir disculpas por lo sucedido hace 500 años, dejamos de hablar de la pobreza, de su aumento y de cómo –en algo que les gusta presumir a los defensores del presidente– el aumento al salario mínimo perdió su efecto por el aumento de la inflación.
Mientras debatimos acerca de si López Obrador debe ser o no guardián de las elecciones y su advertencia de que denunciará los fraudes de la oposición, los feminicidios y las violaciones siguen ocurriendo, la violencia de género no cesa y hasta vemos cómo un candidato toca a una mujer, también candidata, en pleno acto de campaña, sin que esto motive alguna acción del gobierno federal.
Mientras debatimos acerca de si la ampliación o prórroga al mandato de Arturo Zaldívar en la Suprema Corte es constitucional o no, o si es el ensayo para una prórroga en 2024 de «ya saben quién», la impunidad de delincuentes se mantiene, la Fiscalía General de la República sigue con porcentajes bajísimos de carpetas de investigación presentadas a un juez –Edgardo Buscaglia ubica esto en 5%–, y seguimos siendo testigos de desapariciones forzadas y asesinatos.
Mientras debatimos acerca de si el aeropuerto Felipe Ángeles servirá o no, el desempleo producto de la crisis por la pandemia y por las malas decisiones del gobierno federal y muchos de los estatales, sigue siendo una asignatura pendiente.
En tanto que se debate si López Obrador se vacunó antes o ahora, muchos de los médicos siguen sin recibir una vacuna, niños con cáncer sin recibir sus medicinas y muchos pacientes con enfermedades crónicas sin recibir atención.
Y estos son sólo algunos botones de muestra de un gobernante que privilegia su inclinación al debate y que carece de un verdadero plan para mejorar al país.
Eso es algo, cómo señaló en su columna del pasado sábado 24 de abril, Salvador García Soto, que algunos espacios de opinión empiezan a notar –como en este caso respecto a la manera en que se está llevando a cabo la «prórroga» al mandato de Arturo Zaldívar en la SCJN–: «lo cierto es que Andrés Manuel López Obrador sigue empeñado en hacer de todo una polarización constante, como su única y principal estrategia de gobierno», que se ve reflejado en una administración federal que sólo genera polémica y no gobierna.
«Y mientras el griterío sube de tono en la República, los graves problemas reales: desempleo, crisis, inseguridad, migración, violencia feminicida, narcotráfico, siguen sin atención ni solución de su gobierno», concluyó el columnista.
Así, las denuncias de corrupción se enfrentan a una nueva polémica y no a una decisión que muestre una verdadera intención de erradicar este problema.
Un periodista denuncia que el hermano del presidente recibió dinero en efectivo para financiar al movimiento que llevó al hoy presidente al poder, además de los contratos de una prima del mandatario con Pemex, y nos encontramos debatiendo si hubo o no un montaje hace 16 años.
Un diputado federal es acusado de pedofilia, pero mejor debatimos si lo hizo o no en su horario de trabajo y por qué hizo uso del fuero para evadir la justicia.
El debate es la herramienta de gobierno en el actual sexenio.
Pero de eso no tiene la culpa López Obrador, sino nosotros, que caemos en la trampa y discutimos por lo que dijo, por sus propuestas, iniciativas de ley, sus quejas, sus ocurrencias en foros internacionales o las respuestas que da a preguntas sembradas en sus mañaneras.
En el momento en que se deje de hablar de López Obrador y veamos cómo está el país, en ese instante nos daremos cuenta de lo poco que ha gobernado y de que es una administración jarabe de pico, como dicen en mi pueblo.